20 octubre 2019

- Impresiones de la Villa y puerto de Santa Cruz por viajeros del siglo XVIII

Durante el siglo XVIII y más concretamente durante el último tercio del mismo, el puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife fue el de mayor tráfico marítimo de las islas Canarias. Las armadas europeas tanto comerciales como científicas( y por supuesto las de guerra, aunque frecuentemente era difícil distinguir las unas de las otras), hacían escala en nuestra isla para preparar los navíos, arrancharlos, y dar un descanso a las tripulaciones antes del gran salto hacía el Océano Atlántico. Algunos de los viajeros de estas armadas dejaron escrito sus impresiones de la Villa y puerto de Santa Cruz, a continuación expondremos de manera resumida algunos de ellos.



El astrónomo y naturalista Francés, Louis Feuillée en su obra, “Viaje a las islas Canarias”, - el cual tuvo lugar en 1724 (anteriormente en 1708 había realizado una escala en Tenerife) nos dejó el siguiente relato sobre el lugar Plaza y Puerto de Santa Cruz de Tenerife:

“Santa Cruz es una pequeña ciudad en la isla de Tenerife, construida al borde del mar en el este de la Isla, muy expuesta a los vientos que soplan de ese lado. Estos vientos hacen que la maniobra de acceso a tierra sea muy difícil y peligrosa. Las grandes olas que llegan del inmenso océano rompen contra las costas con una violencia impresionante y un ruido espantoso, obligan a los navíos a atracar de costado, ya que si por desgracia el viento impulsa hacía atrás un barco fondeado, éste podía estrellarse contra la costa y romperse. La línea de costa es siempre muy elevada, sólo hay una pequeña ensenada arenosa al este de la ciudad, en donde se puede descender a tierra cuando el mar está en calma, es decir, por la mañana y por la tarde.”


Esta pequeña ciudad tiene alrededor de trescientas casas. La parroquia es muy bonita, hay dos conventos, uno de los franciscanos, muy apreciado por su regularidad y el otro de los dominicos Los calores son excesivos en ella en todas las estaciones del año.
La ciudad y la rada están defendidas por tres fuertes, una plataforma y varias fortificaciones a lo largo de la costa. La ciudad está obligada a mantener los fuertes de San Juan y San Cristóbal y a pagar sus guarniciones(2). Tiene el privilegio de nombrar cada año a los comandantes, que el Capitán General de las Islas aprueba tras la propuesta; éste nombra al comandante del tercer fuerte llamado del Santo Cristo del Paso y de las fortificaciones, para las que el Rey da el dinero para los gastos de la guarnición y el mantenimiento”.


En las Constituciones, y nuevas adiciones Sinodales del Obispado de las Canarias, constituciones que tuvieron lugar en el año de 1733, el Obispo D. Pedro Manuel Dávila y Cárdenas, imprimió – entre otras – sus impresiones del puerto de Santa Cruz en los siguientes términos:

“Tiene este Lugar un Beneficio, provision de su Magestad, Iglesia muy buena, y decente, quatro Hermitas, que son la de nuestra Señora de Regla, San Andrés en el Valle de Salazar, San Telmo, y la San Sastian. Compónese de 1367 casas, en que viven al presente 6568. Personas. Este puerto es donde concurre oy el Comercio de las Islas. Tiene dos Conventos, con bastante comunidad, uno de Santo Domingo, y otro de San Francisco. Esta este Puerto muy fortificado, y prevenido con tres Castillos, coronados de piezas, como las fortificaciones de la playa. Creo sera necessario poner en este Lugar Ayuda de Parroquia, por lo mucho que se ha aumentado, y se vá aumentando, y de dichas casas están en el camino de Regla 15, camino de la Laguna 5; en donde llaman los Campos 4; en el Bufadero 12; en el Valle de San Andrés 75; en el de Iguete 25; y los demás arruado”.


Un buen marino y excelente conocedor de Canarias, el inglés George Glas autor de la “Descripción de las islas Canarias. (1764)”, libro que le costó el ser encarcelado por orden del Comandante General de Canarias, ante la posibilidad de que iniciara una empresa de pesquería en el banco canario-sahariano, nos narra con la visión propia de un marino experimentado, sus impresiones sobre el desembarcadero de Santa Cruz:

“...A corta distancia de la punta nordeste de la isla, llamada Punta de Anaga, hay algunas altas rocas perpendiculares; a cinco o seis leguas, de allí, en el lado sudeste de la isla. Está la bahía o puerto de Santa Cruz, el más frecuentado de todas las Islas Canarias; la mejor ruta para navegar hasta aquí se encuentra entre la mitad de la ciudad y una especie de castillo, aproximadamente a una milla hacía el norte de aquella.


En todo este espacio, los barcos anclan a una distancia de un cable de la playa, a seis, siete u ocho brazas de profundidad, o a media milla, con veinticinco o treinta brazas.” ...hace unos años, casi todos los barcos que navegaban por esta ruta fueron lanzados hacía la costa por uno de estos temporales: algunos barcos ingleses se encontraban en aquel momento en la bahía, pero sus tripulaciones cortaron prudentemente las amarras, y así salieron del temporal con seguridad. En aquella ocasión, algunos marineros españoles declararon allí públicamente que habían visto al diablo en lo más alto de la tormenta muy atareado en ayudar a los heréticos”.

1570 PIRATAS E CANARIAS -2

Los años que siguieron, si bien no se produjeron grandes ataques, si fue constante el apresamiento de naves o la interrupcion del trafico maritimo.
Los Hugonotes de la Rochela sobre todo, acudian a las costas Canarias con la esperanza de apresar a los barcos que con ricos cargamentos provenian del Golfo de Mejico rumbo a Cadiz o Sevilla. Entre los mas atrevidos Corsarios Franceses se encontraba Jacques de Soria.
En Julio de 1570, se dejaba caer por aguas del Archipielago con 5 naves, esperando recoger alguna valiosa presa.
El 15 de ese mes topa con una nave Portuguesa, el Galeon Santiago, que tras haber hecho escala en Madeira y la Palma , se dirige a Brasil llevando a bordo a 40 Jesuitas destinados a las misiones Brasileñas.
Tras atacar y rendir a la tripulacion Portuguesa, Soria manda degollar a los 40 Jesuitas sobre la cubierta del barco.
Son conocidos como los Martires Jesuitas del Brasil o de Tazacorte,puerto de la Palma donde sucedieron los hechos.
Tras este acto de barbarie y odio religioso, falto de viveres y agua,se dirige con su flotilla a la Isla de la Gomera.
Enarbolando bandera de paz y tras cambiar afectuosos saludos con el Conde Don Diego de Ayala, se conforma con cargar provisiones y se aleja rumbo a Francia con el rico botin conquistado en aguas Canarias.
PIRATAS EN LA HISTORIA DE CANARIAS... 1 por MENCEY


PIRATAS EN LA HISTORIA DE CANARIAS... 1
por MENCEY
La Historia de las Islas Canarias entre los siglos XVI y XIX esta llena de ataques
navales, entradas piratas, etc.
Las continuas luchas sostenidas en Alemania, Flandes o cualquier otro lugar de Europa,
contra Ingleses, Holandeses, o Franceses, producian siempre en el Archipielago un triste resultado, casi siempre era que los enemigos de la Corona Española aprestaban sus
Escuadras o se dedicaban al Corso en aguas de las Islas, interumpiendo el comercio y la navegacion y cuando les era factible, atacando alguna de sus poblaciones.
Ademas existia siempre la constante amenaza de los Piratas Berberiscos, sobre todo en las Islas mas Orientales.
En 1553, durante el transcurso de la Campaña de Lorena entre Francia y España, un famoso corsario Galo de nombre Sombreuil, conocido en las cronicas Españolas como
¨¨ Pie de Palo¨¨, al frente de 11 buques y unos 500 hombres se dirigio hacia las costas Canarias.
La fama que habia adquirido el Puerto de Santa Cruz de la Palma por su comercio con America y los Puertos de Flandes, los ricos productos y el caudal de sus principales
habitantes, atrajeron las miradas y el interes del atrevido Corsario.
Un dia del mes de Julio,fondeo su flotilla ante la ciudad,lanzo algunos cañonazos y desembarco sin oposicion en aquellas playas por haber huido la poblacion hacia las alturas cercanas y carecer la plaza de defensas adecuadas y aun de artilleria.
Dueño de la localidad, recogio y llevo a bordo cualquier objeto de valor y ordeno pegar fuego a las Iglesias, Convento, Cabildo y edificios mas notables de la ciudad.
Para completar la obra de destruccion, lanzo a la hoguera los archivos que contenian
importantes documentos historicos.
Al dia siguiente, recuperados los Isleños del panico inicial,se reunieron en las alturas que rodeaban la capital las Milicias y de forma resuelta atacaron a los Franceses aun ocupados en el saqueo de la poblacion.No teniendo ya Pie de Palo mayor interes, dio la orden de retirada hacia sus barcos, no sin antes perder algunos hombres en el combate.
Este ataque hizo ver a la Corona lo desprotegido que se hallaba el Tercer Puerto del Imperio en volumen de comercio tras Amberes y Sevilla, sin una guarnicion ni fortaleza
importante que lo guardara.
Al año siguiente llegaron a la Isla,arcabuces,alabardas y picas, junto con otros pertrechos y alguna artilleria.Se establecio una guarnicion fija de Milicias con 60 soldados y se concluyo la construccion del Baluarte de Santa Catalina,contribuyendo la corona con la mitad de los gastos presupuestados.

Asimismo se anularon las contribuciones durante 10 años para con su importe reedificar las Casas del Cabildo y otros edificios principales.
EL ALUVIÓN DEL AÑO DE 1826

Documento histórico sobre otras pavorosas inundaciones que afectarón a la Isla de Tenerife allá por el siglo XIX.
Es copia transcripta del original que obra archivado en la Parroquia de SANTIAGO APÓSTOL de esta villa, del ALUVIÓN ocurrido en el año de 1826 reseñado por el Beneficiado de dicha Parroquia DON ANTONIO SANTIAGO BARRIOS (este hombre se merece todo nuestro aplauso por describir de esta forma tan espléndida este fenómeno).
Leopoldo Alvarez ha rescatado este documento del archivo histórico de la parroquia Matriz de Santiago Apóstol. Allí permanecía olvidado, y se refiere al original, aunque en los realejos existen libros de cantos populares o historias populares o leyendas etc, en donde aparecen pequeños trozos que recuerdan siempre a este temporal.
Actualizado nov. 2011
- La “Tormenta de San Florencio”, ocurrida en 1826, pudo ser el peor evento meteorológico acaecido en Canarias
Dos investigadores de la ULL publican en una revista científica este trabajo que compara el suceso con otros como el Delta
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Documento custodiado en el Archivo Municipal de Santa Cruz de Tenerife, en el que se da cuenta de algunos de los daños ocasionados por la tormenta
La revista científica sueca Geografiska annaler Series A- Phisical Geography de la Universidad de Upsala acaba de publicar una artículo firmado por los investigadores de la Universidad de La Laguna José Bethencourt-González y Pedro Dorta Antequera, del Departamento de Geografía, en el que se reconstruye una tormenta tropical devastadora acaecida en Tenerife entre el 6 y 9 de noviembre de 1826, de características similares a la tormenta Delta de 2005 y que, a su juicio, se puede clasificar como el peor evento meteorológico de la historia del archipiélago canario.
El estudio revisa los daños causados, especialmente las pérdidas humanas, dada la disparidad de cifras que históricamente se han barajado. También ha verificado que este suceso puede calificarse como ciclón tropical, la categoría superior dentro del conjunto de perturbaciones de origen tropical. En la época del suceso a las tormentas se las denominaba por el santoral, por lo que los investigadores consideran que a este evento se lo podría nombrar como huracán o tormenta de San Florencio.
El análisis se ha realizado a través de los métodos utilizados en climatología histórica, disciplina que, para suplir la carencia de información cuantitativa, utiliza los denominados “datos proxy”. Estos se definen como el conjunto de fuentes de todo tipo, como por ejemplo los obtenidos en archivos históricos, que pueden aportar información sobre el estado del clima.
Los eventos meteorológicos de fuerte intensidad de precipitación o viento no son nuevos en la historia de Canarias, pues los ha habido en diciembre de 1645, enero de 1713, octubre de 1722, noviembre de 1922 y enero de 1957, entre otros. Sus efectos se han repartido por diferentes sectores de las islas causando gran cantidad de daños, pero ninguno de ellos tuvo repercusiones tan importantes e intensas como las causadas por esta tormenta de 1826.
Según este estudio, las rachas de viento alcanzadas por dicha tormenta debieron ser superiores a las de Delta. Además, las precipitaciones que pudieron haber registrado en las horas de máxima intensidad, fueron muy superiores a las recogidas en los eventos meteorológicos extremos de los últimos años. Por ello, los autores aventuran la posibilidad de que en algunas áreas se recogiesen cantidades superiores a 500 milímetros de precipitación y que, en amplios sectores de las islas, se superasen ampliamente los 100 milímetros en 24 horas.
Los daños fueron incalculables: en el recuento realizado por los investigadores, solamente en la isla de Tenerife fueron destruidas más de 600 casas de particulares. A ello se suman los daños causados en los montes de las islas, en la agricultura, con pérdidas de suelo que pudieron superar el 30 % en algunas áreas, y en cabezas de ganado de todo tipo.
Pero las mayores pérdidas se registraron en vidas humanas, pues las fuentes consultadas hablan de “infinidad el número de muertos”, de “cadáveres flotando” en los días posteriores a la tormenta, debido al arrastre producido por la imponente fuerza de los barrancos. Según el recuento de la documentación disponible, sólo para la isla de Tenerife pudo haber 298 fallecidos, cantidad que se verá incrementada en investigaciones futuras y con los datos del resto de islas.
La comparación con eventos como el Delta y el huracán Vince en 2005, el huracán Gordon en 2006, el ST_2 en 1975, y un huracán en 1842 identificado en otras fuentes de información, indican la posibilidad de que fenómenos tropicales de estas características que alcancen las islas entre octubre y diciembre con fuerza extremadamente destructiva. La certeza de que ha habido fenómenos meteorológicos extremos en el pasado lleva a los investigadores a descartar el cambio climático como causa exclusiva de los más recientes.
Como elemento novedoso, hay datos para afirmar que en ciertos momentos de la tormenta, en apenas tres horas, el barómetro pudo haber caído unos 20 hectopascales, lo cual es impensable para las tormentas que normalmente alcanzan las islas. Ese hundimiento del barómetro es una característica del paso de perturbaciones tropicales, y ocurrió tanto durante el paso de la tormenta Delta como en el huracán de 1842.

Fuente: http://www.ull.es/viewullnew/institucional/prensa/Noticias_ULL/es/1505003
Entrevista a uno de los autores del trabajo. Fuente Antena3

EL ALUVIÓN DEL AÑO DE 1826
RESEÑADO POR EL BENEFICIADO DE LA IGLESIA DEL REALEJO ALTO DON ANTONIO SANTIAGO BARRIOS

Jamás los habitantes de la Isla de Tenerife, después de la conquista, habían visto ni experimentado un suceso tan lastimoso ni que más deba conservarse en la memoria de los hombres como el sucedido el año 1826, en la noche del 7 de Noviembre y el día 8, noche y día que debieron hacer punto fijo, para empezar una nueva época, y en particular para los habitantes desde la fuente de La Guancha y San Juan de la Rambla hasta el risco de La Orotava.
Desde el año de 1820 los inviernos habían sido muy benignos, las aguas pocas y muy serenas, y los veranos no eran sino una apacible primavera. El año de 1824 hubo mucha seca, de modo que en Abril y Mayo casi se pierden las sementeras, y por orden del gobernador, del Obispo, que lo era Don José Martinón, se hicieron en todas las Parroquias de las Islas públicas rogativas para implorar de Dios el rocío que tanto necesitaban los campos, cuyo beneficio se obtuvo de la divina Providencia en el citado mes de Mayo y hubo abundantes cosechas de trigo, millo, vino y papas.
El año 1825 empezó el invierno con algún rigor, hasta estar lloviendo cuatro y cinco días continuos durante la frecuencia de las aguas hasta Marzo y Abril del año 1826; y de este mes en adelante siguió un verano hermoso, los días claros y despejados, hasta el 20 de Agosto que cubrió todos los campos una tan espesa nube que exhalaba mucha humedad y duró siete días, quedando las hojas de los árboles todas negras y casi podridas, y enfermedades; luego aclaró el tiempo y siguió haciendo sol y hermosos días hasta el 28, 29 y 30 de Septiembre en que se puso el tiempo azul y hubo unos calores violentos.
Desde el 30 de Septiembre en adelante no hubo tiempo fijo, y cada poco se cargaba mucho la atmósfera, ya unas veces por la parte del Sur ya otras por las del Norte, y por la noche había muchos relámpagos; así siguió sin llover hasta el día 14 de Octubre que llovió, pero poco; luego volvió el tiempo y siguió del mismo modo, poniéndose algunas veces particularmente en las tardes y en las noches, muy temerosas y se advertía que la atmósfera a cada paso, se iba empeorando más.
Los días 3 y 4 de Noviembre se experimentaron unos calores muy molestos, provenidos de un tiempo Sur que por esta parte, ya por el Norte, se dejaba ver amenazado un terrible viento.
El día 6 fue lunes, amaneció claro, pero el Norte muy cargado y reinando siempre el Sur; así permaneció el día hasta las once, y a esta hora se empezaron a ver algunos pies de agua en el mar, y a manera de un débil rocío el que se fue acercando a tierra por el risco del Ancón y subió por allí hasta toda la Villa de la Orotava, extendiéndose hasta el pago de Las Hosas que es de la jurisdicción del Realejo de Arriba; así siguió lo restante del día, y todos los habitantes de este valle estaban muy contentos porque los campos necesitaban tanto del agua, creían que ya Dios iba a remediar esta necesidad; la noche de este día no llovió pero estuvo muy oscura amenazando siempre un fuerte Sur, y atemorizando a la gente los muchos relámpagos que se dejaban ver desde el Norte sobre la Isla de La Palma.
Llegó el amanecer del día 7 muy oscura, triste, lleno de nubes y haciendo algún viento, y al paso que sus horas iban creciendo, se iban aumentando su oscuridad y presentándose a la vista el terrible castigo con que la justicia Divina nos amenazaba. A las ocho de la mañana empezó a llover con mucha benignidad, pero a grados se iba aumentando esta agua y la oscuridad. A esta hora se empezó a sentir un gran ruido, pero no se sabía dónde, ni qué causa lo motivaba; unos decían que era del mar y otros que era viento; pero el que escribe esto hizo todas las diligencias por averiguar su origen y le parece que no era del mar, porque en sus ráberas no advertía notable alteración; ni tampoco viento, porque cuando reina este elemento, siempre en las nubes se nota movimiento, y éstas estaban quietas y parecían que se caían sobre la tierra, oprimidas de un gran peso; pero que no era otra cosa sino agua que contenían y es lo que ocasionaba el extraordinario ruido que se sentía.
Todos estos tan terribles preparativos siguieron aumentándose más y más hasta las cuatro de la tarde que empezó a llover con violencia y a hacer viento por la tarde del Sur; por momentos se reunía la fuerza de estos dos elementos, y a las seis de la tarde ya corrían los barrancos y con más abundancia el que llaman de "Godínez" y el de "La Raya". A las ocho de la noche ya había mucho sobresalto en las gentes, por la violencia del agua y el viento atemorizaba; no se oía sino un ruido general por todas partes causado por el viento y el agua y los barrancos; los vecinos, por muy inmediatos que vivieran, aunque gritaban no se oían los unos a otros, ni aún que pidieran socorro podían favorecerse, pues no se atrevían ni podían salir de las puertas de sus casas, todos esperando perecer en la violencia del viento, del agua y bajo las ruinas de sus casas que no podían sus techos resistir el peso del agua y el viento, no quedó nada que no sufriera algún estrago.
Este tan violento temporal sin haber la menor interrupción en su fuerza, siguió hasta la una de la mañana y a esa misma hora se observó el trastorno más general en la naturaleza; de todas partes soplaba el viento y atacaba el agua, y por todas partes se veían relámpagos, de modo que en el aire no se notaba oscuridad alguna, porque parecía que el cielo estaba ardiendo y sus llamas iban a abrazar la tierra.
En medio de esta fuerte batalla de todos los tiempos, el norte empezó a dominar e inmediatamente se sintió en medio de tanto ruido otro más fuerte, y entonces muchas personas creían que el mar venía a cubrir la tierra. Este ruido subía del mar hacia arriba, y a la una y media pasó con mucha rapidez por el aire, pero muy cercano a la tierra; este ruido era ocasionado por la multitud del agua que conducían las nubes cuya violencia fue a descargar en la cumbre de los montes, conociendo en esto su especialidad la Misericordia de Dios, que aunque su justicia nos amenazaba con tan justo castigo, después de ponerle a nuestra vista lo retiró a las desiertas montañas, para que admirásemos su Omnipotencia y al mismo tiempo su misericordia.
Sucediendo los mayores estragos en las casas, en los terrenos, en las viviendas racionales e irracionales, se pasó el resto de la noche cubriendo ésta con su oscuridad hasta una parte del día, pues a las 8 de la mañana del día 8, con escasez se notaba alguna claridad. Las nubes cubrían la tierra con tanta aproximación que a la distancia de cuatro o cinco varas no se veían los cuerpos; las aguas seguían con la misma impetuosidad, pero el viento había cesado un poco.
A las nueve de la mañana, las aguas se suspendieron pero no del todo, y las nubes se retiraron a los montes por el espacio de 25 o 30 minutos, y en este corto intervalo algunas personas pudieron salir de sus casas, creyéndose cada una ser ella sola la que existía, porque por un juicio prudente juzgaban que todas las demás habían perecido en aquella terrible noche. ¡Oh cuadro horroroso el que presentaban todo el Valle de la Orotava y las cordilleras de altas montañas que le rodean! No se oía otra cosa que el formidable ruido de los barrancos y los tristes lamentos de los que lloraban, unos por la pérdida de sus hijos, otros por la de sus padres, hermanos y amigos; y casi todos por la de sus haciendas, casas, animales, etc.; todas las quebradas de los riscos eran otros tantos barrancos que cada uno de ellos eran bastante para producir terror. Los barrancos que su nacimiento eran en la cumbre, eran no barrancos, sino un vasto mar; el denominado de "Godínez" que es en el Realejo de Arriba y que pasa por el de Abajo, en los puntos donde no tenía mucha extensión se elevó el agua hasta veinte varas y donde tenía o podía tenerla, se extendió hasta 200, como sucedió en el Realejo donde llaman el Puente, que después de haber ocupado todo lo que siempre había sido barranco se extendió hasta el pie de la calzada; se llevó el puente y catorce casas y un lagar que por la parte del naciente formaba una calle, y destrozó mucha hacienda de viña llevándose hasta la tierra; todo este barranco quedó como una playa de arena, desde el puente del Realejo de Abajo hasta donde en el Realejo de Arriba llaman las Canales Altas; pero tan llano, que el que esto escribe y el V. Beneficiado Don Pedro González Acevedo, subieron montados en sus bestias desde el referido puente hasta el de las Canales Altas; siendo incalculable el valor de los terrenos que destrozó, dejándolos para siempre inútiles, como en la hacienda del Marqués de Villanueva del Prado, donde llaman "El Cuarto", en la hacienda que llaman "Los Beltranes", así en todas las que lindaban con el nombrado barranco, de modo que en la entrada de La Lora, donde llama "El Llanito de la Monja", a la parte del naciente del barranco, había unas hermosas huertas y de ellas no quedó sino las lajas sobre las que estaba la tierra, haciendo lo mismo en todos los terrenos que tanto por una parte como por la otra estaban junto al barranco.
El que escribe esto, puesto en el paseo de la Parroquia a las nueve y media de la mañana, vio correr el agua por encima de los riscos que llaman La Altura y que queda por la plaza de la Parroquia adentro, en la hacienda del Marqués de Villanueva y que esta misma agua cubría todo el terreno que media entre donde en el Realejo de Abajo llaman La Calzada, hasta la casa de Marcos Achar que es por el poniente del referido barranco.
A las diez y media de la mañana del día 8 se volvieron las aguas a repetir con igual violencia que la noche antecedente, pero el viento no era tan riguroso, y en la noche del mismo día 8. Amaneció el día 9 más despejado (Jueves) y las aguas se habían aminorado, sin embargo los barrancos siempre permanecían en su ser, pero ya la gente podía salir de sus casas y preguntarse unos a otros si aún existían; entonces se empezaron a saber las desgracias acaecidas la noche del 7; entonces fue cuando todos conocieron el peligro a que todos estuvieron expuestos y la misericordia de Dios que nos conservó en medios de sus iras. Las personas, tantos hombres como mujeres no respiraban sino ayes tristes, y en los semblantes de todos se notaba una variación que parecía que la imaginación de todos estaba parada y sin saber lo que había sucedido, pues todo lo que se decía que había acontecido parecía incierto e imposible, hasta que pasó y cada uno fue desengañándose por sus propios ojos.
El día 9 a las diez de la mañana se presentó en casa del que escribe esto un hombre en camisa y calzoncillos blancos y una gran lanza en la mano, todo lleno de contusiones, rasguños y heridas, dando parte cómo en la Ermita del paso de la Cruzanta se hallaban siete cadáveres que habían perecido la noche del día 7 y pidiendo se les diera sepultura; el Beneficiado se quedó sorprendido sin poder resolverse a dar disposiciones para la inhumación de aquellos cuerpos y últimamente les dijo que los trajeran para la parroquia, a lo que respondió ¡Cómo señor si el camino está intransitable y yo he venido saltando paredes, barrancos y charcos por la Gañanía! El Beneficiado contestó: pues como V. Vino voy yo a dar sepultura a esos cuerpos en la Ermita del aquel pago; el hombre lo resistía pero el Beneficiado insistió en ir, y últimamente habiendo invitado algunos vecinos que le acompañase, salió de su casa a las diez y media acompañándole más de veinte hombres; llegó al barranco al Puente de Abajo, y como ya había desaparecido el Puente y la casa que en él había en la parte del naciente, este barranco se había hecho tan profundo y corría por él mucho agua todavía, se detuvo el paso y casi desesperanzados de poderlo pasar le ocurrió poner una soga o cabo muy fuerte que hay en esta Parroquia, de una parte a otra del barranco, sostenida por los dos extremos en dos Morales que había por una parte y otra del barranco, junto al sitio de Juan Domínguez, y cogiéndose de este cabo, con mucho peligro, pasó y tras él todos los hombres que le acompañaban; siguieron por el camino que llaman del Palo de Molina, y siguieron por el camino hasta llegar al barranco de La Fuente en que se encontraron con el mismo estorbo, pero lo superaron pasando al Beneficiado sobre los hombros y cogiéndose los hombres unos con otros por las manos; donde llaman el Cortezano había un terrible charco y lodo y este no lo podían pasar sino hombres con lanzas y sin zapatos y sus calzoncillos blancos; unos de los hombres que acompañaba, llamado Pedro Yanes lo tomó sobre sus hombros y antes de andar dos varas cayó junto con el Beneficiado, pero la multitud de hombres que le acompañaban y que eran más de cincuenta se arrojaron al charco y lo sacaron, poniéndolo sobre sus hombros Antonio Fajardo y ayudándole los demás salieron del charco; llegaron al barranco del Ciego y allí estuvieron más de una hora sin resolverse a pasarlo, pero últimamente pudieron pasarlo a beneficio de unas piedras que movieron con unos palos.
El barranco que llaman del Mocán no le presentó dificultades porque toda la extensión del terreno que ocupaba el barranco, el lagar y la casa de doña Rosa viuda de Torres y que el barranco lo había llevado el 7 a la noche, formaba una espaciosa playa que aunque estaba cubierta de agua no era peligrosa el entrarse en ella, pues solo daba el agua un poco más debajo de las rodillas, y cogidos los hombres de mano ya pasé con facilidad. Al terminar un llano que hay en el camino por la parte del naciente de la casa y lugar que en la calzada llaman de Los Pasitos da una vuelta el camino, o hace un codo en la parte de arriba, había una casita de piedra, barro y teja, ésta la llevó el agua y un poco más afuera, hacía el naciente a la distancia de la casita, como diez o doce varas, pasaban las Canales que conducían el agua de la Gorvorana, y había un gran dornajo donde los vecinos del pago de la Cruzanta cogían agua, y todo esto desapareció, quedando arrasadas todas las paredes de aquella propiedad; y un poco más arriba se hizo un barranco que durará para perpetua memoria. Cuando el Beneficiado y los que le acompañaban llegaron a este punto, aunque era muy poca el agua la que corría, el nuevo barranco no se podía de ningún modo pasar por su profundidad, y fue preciso bajar a la hacienda de la Gañanía donde este barranco había hecho una playa y por allí se pasó.
Al llegar a la Cruz de la Piñera, el Beneficiado y los que le acompañaban se quedaron extáticos al ver otro nuevo barranco que se había hecho un poco más al naciente de la Cruz de la Piñera, donde antes del día 7 había un hermoso llano y el camino seguía igual al piso donde está la Cruz de la Piñera. Para poder pasar este nuevo barranco el Beneficiado y los que le acompañaban tuvieron que subir un largo trecho del camino para arriba.
Por fin, a las tres y media de la tarde llegaron a la Ermita de la Cruzanta todos mojados y estropeados y poseídos de terror y espanto al ver cómo el camino del pueblo de aquel pago no se conocía, pues habiendo antes del día 7 en su tránsito, solo tres barrancos, se encontraron con cinco, todos intransitables. Pero, ¿cómo podré explicar y hacer ver la trágica escena que se representaba en aquella Ermita? ; ¡Oh momento pavoroso y que jamás se me presentará a la imaginación que no me haga estremecer! La Ermita estaba llena de personas de uno y otro sexo: la Virgen descubierta, con dos velas y en medio de aquel tumulto, siete cadáveres destrozados, que solo el mirarlos causaban horror, y entre estos una mujer como de unos 25 años con un hijo suyo apretado entre sus brazos, el que no pudo arrancar la violencia e impetuosidad de las aguas ni el gran golpe que la madre tenía en la cabeza, pues solo le quedaba la cara; todas las personas que contenía la Ermita estaban llorando y rezando a la Virgen, y al entrar el Beneficiado se repitieron con tanto esfuerzo los suspiros y los sollozos que ni yo puedo expresar los tristes movimientos que experimentara mi corazón ni se puede dar una idea de lo que allí se pasaba; unos se pedían mutuamente perdón: los padres abrazaban a sus hijos y estos a los padres: los hermanos a los hermanos: los amigos a los amigos, y todos acudieron al Beneficiado; unos a abrazarlo, otros a besarle la mano y otros exclamaban con voz lánguida y decaída: gracias a Dios que le hemos vuelto a ver. En fin, después que el Beneficiado los consoló y les hizo una plática de más de veinte minutos, él mismo, para animarlos, tomó la azada y empezó a cavar la tierra para dar sepultura a aquellos cadáveres, lo que se verificó en medios de los llantos y amargas lágrimas de todos los concurrentes, terminándose a las cinco y media en que el Beneficiado y los que le acompañara retornaron para el pueblo, sufriendo en el camino mil ocurrencias dignas de escribirse, las que se omiten por no ser prólogo en esta narración.
El día 11, Sábado, a las siete de la mañana recibió el Alcalde de este pueblo, que lo era don Agustín Chávez y Cruz, un oficio del Alcalde del Puerto de la Orotava participándole cómo en la marina Playa de esta jurisdicción había algunos cadáveres arrojados por el mar, y que era necesario darle con prontitud sepultura; el Alcalde se presentó al Párroco con objeto de determinar dónde se debían enterrar aquellos cuerpos, porque ya no se podían traer a la Iglesia por estar corrompidos, el Beneficiado resolvió ir con el Alcalde y demás personas que concurrieron a las playas, y viendo el estado en que se hallaban los cuerpos, resolver el lugar de inhumación, y a las seis de la misma mañana, salió el Alcalde con algunos vecinos que había convocado, el Beneficiado, el Sacristán y el Presbítero Don Pedro Corvo, y se dirigieron al punto donde llaman Gordejuela, pero aquí no se encontró ningún cadáver de gente, pero si de algunos animales; luego prosiguieron por los "Llanos de Méndez", y ya se habían reunido más de doscientas personas, entre hombres y mujeres y muchachos y llegaron a la playa del Burgado; la bajada a este punto no es muy cómoda y así solo bajó el Beneficiado Don Cándido Cruz y algunas otras personas, y el demás concurso se dirigió por encima a otra parte de la playa por el naciente; pero ¿cómo podrá el que escribe esto manifestar lo que en esta playa vio? A todas partes que se volvían los ojos no se veían sino objetos horrorosos: cuerpos de racionales, de animales, bueyes, burros, cochinos, ovejas, cabras, perros, gatos y hasta peces, todos confundidos y mezclados unos con otros, todos destrozados. Al primer paso que dimos en la playa nos encontramos con el cadáver de una mujer desnuda como si la hubieran desollado; según se dejaba ver era de una joven como de veinte y cinco a treinta años, con la barriga muy grande y todos los concurrentes opinaron que estaba embarazada, y ninguno pudo conocerla; entonces se bendijo el terreno suficiente en una cueva que a la bajada y cerca de la playa hay a mano de arriba y allí se le dio sepultura. Un poco más allá estaban en medio del buey y tres cabras, dos cadáveres, una de mujer a quien faltaba una pierna y algunos de los concurrentes afirmaban que era Cecilia González de Chávez mujer de Felipe Valladares, y el otro de un hombre de una estatura grandes, y los concurrentes decían que era F. José del Realejo de Abajo, pero como estaban tan desfigurados, yo no pude afirmar de cierto quiénes serían. Éstos se sacaron por la parte del naciente de la playa y se enterraron en un llano que está por encima de las canales que conducen el agua del Burgao. De esta playa se sacaron algunos otros cuerpos que se enterraron en la Punta de la Brava, y otros que se llevaron al Camposanto del Puerto, en esta Punta hay dos peñas de figura de rapadura y para llegar a ella, antes del día siete de Noviembre era necesario ir nadando, pero el mar se retiró y Don Cándido Cruz y yo estuvimos en el pie de estas peñas sin mojarnos aún la suela de los zapatos.
En la Punta que llaman Brava, debajo de una peña, a donde alcanzaba muy poco las olas del mar, advertimos que había una cosa que cuando las olas entraban blanqueaba, bajamos allí, y encontramos el cadáver de una joven como de veinte años y que estaba dentro del agua, muy poco se había desfigurado; a ésta le faltaba un pedazo de cabeza y una pantorrilla; pero entre todos los cadáveres que se enterraron en este día, éste fue el que más movió a compasión, porque es necesario confesar que la tal joven era hermosa, tenía un gran cabello y éste haciendo hondas entre las aguas, le cubría los pechos; la llevamos sobre las peñas y la cubrimos con musgo del mar entre tanto se hizo el hoyo para enterrarla. Esta joven dicen que era hija de un hombre titulado Bustamante que en el pago de la Cruzanta estuvo de maestro de primeras letras.
Llegamos, en fin, al barranco de la haya, y allí nos encontramos con el cuadro más horroroso, porque se puede afirmar que había casi tantos cuerpos muertos como callados; entre ellos había cuerpos de gente, de bueyes, burros, cochinos, cabras, ovejas, perros, caballos, etc. Madera que había sido de casas, fragmentos de un gran barco extranjero que en aquellas inmediaciones había naufragado la noche del aluvión; mucha leña de retama, pedazos de cajas y de sillas; en fin, a donde quiera que se volvía la vista, no se miraban sino objetos tristes y recordadores de los estragos causados por el aluvión. En este día se enterraron cuarenta y dos cadáveres de racionales entre hombres y mujeres; esto es, contando con los que se llevaron al Camposanto del Puerto de la Orotava y los que se enterraron en las inmediaciones del mar.
Toda esta marina, desde el Burgao hasta el referido barranco de la Raya, estaba cubierta de maderas de casas y de los montes con tanta abundancia, que en algunos puntos formaban unos montones mayores y más altos que una gran casa, y este trabajo nos cogió la noche y nos retiramos a nuestras casas sin haber tomado en todo el día otro alimento que un poco de gofio y vino que por casualidad llevó a mandó a buscar a su casa Antonio López, vecino de este lugar.
El día doce, domingo, amaneció el día claro, pero a las diez y media se oscureció cuando menos se pensaba; empezó a llover con más violencia que la noche del aluvión, pero Dios suspendió muy pronto este nuevo castigo, y solo duró diez minutos, no dejando de hacer algunos nuevos estragos a pesar de ser tan pocos momentos, y en especial en el pago de La Perdoma fue más fuerte.
El día trece, lunes, tuvo el Alcalde de este pueblo noticias cómo el mar había arrojado algunos cuerpos en la marina de esta jurisdicción, y se determinó ir a darles sepultura; pero esto convocó algunos vecinos y yo fui con ellos, y solo se encontraron cuatro, pero en un estado que solo su vista horrorizaba a cuantos los miraban, pues los hombres que iban con azadas dispuestos a enterrarlos no los podían tocar con las manos y se valían de unas tablas que allí se encontraban con frecuencia, y con un palo los ponían sobre las tablas y así los llevaban al punto donde se abrió el hoyo para enterrarlos. Por la parte del naciente de la punta de la Brava se veía menear, por las olas del mar, un cuerpo, pero siempre permanecía en aquel mismo sitio; llegaron los hombres a él y encontraron que tenía un pie entre dos piedras, y para poder sacarlo fue necesario romper la piedra y era una mujer.
ESTRAGOS OCURRIDOS LA NOCHE DEL ALUVIÓN EN EL LUGAR DEL REALEJO DE ABAJO
En este lugar había un puente de fábrica regular de piedra y cal, y formaba su piso unas vigas de tea muy fuerte, y sus parapetos muy decentes; a la puerta del naciente, por la parte de arriba, adornaba la calle, hasta los parapetos del puente, un muro hecho con bastante gusto, y a la parte de abajo había tres casas de alto y bajo, y por este mismo lado, hacia abajo del barranco, había una calle que tenía cuatro casas, y la última de abajo era la carnicería, y un poco más abajo estaba la casa de los Beltranes de alto y bajo, con un gran lagar por la parte del poniente del puente; al lado de arriba había otra casa terrera grande que llegaba casi al puente; y todas estas nueve casas y el puente perecieron la noche del aluvión del siete a ocho de Noviembre, pereciendo igualmente con ellas catorce personas. En este pueblo y jurisdicción no aconteció ningún otro hecho digno de escribirse.
ESTRAGOS OCURRIDOS EN EL LUGAR DE SAN JUAN DE LA RAMBLA
Este pueblo fue uno de los que más sufrieron en el aluvión de la noche del siete a ocho de Noviembre. Antes de esta desgraciada noche era este pueblo, aunque pequeño, muy hermoso, y sus habitantes se habían esmerado en su aseo y presentaba un golpe de vista muy agradable; tenía un puente regular a la entrada de la plaza de la parroquia, por la parte del naciente de ésta; sus calles estaban muy bien empedradas, y todo él. El aspecto público estaba con el mayor aseo; más, la noche del aluvión quedó todo arrasado como así su Ayuntamiento; lo dice un acta extendida el día treinta de Noviembre de 1826.
Además de lo referido en el acta de aquel Ilustre Ayuntamiento que tuvo cuidado de dejar escrito en su archivo lo sucedido en aquel pueblo en la noche triste y aciaga del siete de Noviembre, en el pago de Santa Catalina, donde el día 25 de Noviembre aquellos vecinos celebraban con mucho aparato y regocijo a la virgen y Mártir Santa Catalina. Esta Ermita estaba muy aseada; la imagen de la Santa era nueva y de mucho gusto y su plaza la cubría un hermoso parral, y la noche del 7 de Noviembre, un nuevo barranco que se formó por la parte de arriba o un brazo del barranco ni mediado que se desprendió de éste y que con mucha violencia bajó por aquellos riscos se la llevó de cimientos, no quedando ni un débil vestigio de ella, y solo se adivinaba dónde estuvo por un pedacito muy corto del parapeto que dividía la plaza del camino y que las aguas dejaron por la parte de arriba de la plaza. Aquí creo que se llevó la bodega del Sr. Del Valle.
Fue copiado con fecha seis de Mayo del mil novecientos cuarenta y cuatro, en el Juzgado municipal del Realejo Alto, por los primos José Hernández Rodríguez y Agustín Hernández Luis.
- Documento 9
“Estado en que se describen los estragos que causó el grande Aluvión del 7 al 8 de noviembre de 1826”.
A.- Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, Archivo Zárate Cólogan, 1 hoja, papel, 208 x 257 mm. Letra humanística. Transcripción: Ofelia M. González.
Estado que manifiesta los estragos que causó en la Ysla de Tenerife el tempo- / ral de la noche del 7 al 8 de Noviembre de 1826 en los 21 pueblos que componen el / partido de Taoro, con expresión de las pérdidas de personas, casas, anima- / les, y valor en que se han calculado los terrenos destruidos, y otras noticias. (Estadillo de la columna central:)
📷
(1”columna de texto:) Noticias”. / En las 32 personas que / perecieron en el Puerto se / cuentan las 15 que se / ahogaron de las 19 que / conducia la fragata / francesa Joven Gabriela /5 que con el temporal nau- / fragó en estas peñas la / madrugada del 8 sin ha- / berse visto desde tierra / el día anterior. Los dos / barrancos en medio de los cuales está situa- / do este Puerto, sus torren- / tes arrastraron tanto / material, que retiraron / el mar 250 varas el del /I5 naciente y 200 del de poniente / en donde arrazó una / fortaleza que no se / repone con 4000 pesos. / La pérdida de este /20 pueblo sólo, está cal- / culada en 80.000.=
Villa de la OrotavaVI. / Aquí formó el aluvión / 12 barrancos nuevos/y muchas barranqueras.
(2ª columna de texto, debajo del estadillo:) José Valladares mayordomo de una hacienda de Don Francisco / Viña, que había 5 años que estaba loco quedó bueno des- / pués de haberlo arrastrado la avenida que le llevó la / casa y una hija. Ygual beneficio disfruta en dicho / pueblo una muger loca que pasó la noche al frio y / mojada. El barranco que baxa a este pueblo por la / montaña del Frayle, y divide alli la jurisdiccion de la / Villa con los Realexos extendio tanto su ancho, que / siendo antes de 60 a 80 varas tiene en el día 422.
Guancha. Después de haber salvado en este /pueblo un novio a su futura, y a los padres de ésta / del torrente que los llevaba tuvo la desgracia de / ser victima, y la novia se precipitó tras él. Dos / hombres de (dicho pueblo de exersiciocio marchantes, / y que uno se hallaba en la Ysla de la Gomera, / conoció alli el cadaver de su amigo y compañero / entre los que la corriente del mar llevó a dicha Ysla. / La de este mismo barranco lo retiró 300 varas y / cego el sitio donde se pescaba con liña de 40 (30 columna de texto:) brazas. Los montes / de este pueblo fueron / destruídos por las aguas / que descendían del / Teyde y sólo se ve en el / dia tal qual pino des- / trosado por el viento. A no / haberse dividido en 4 / brazos el gran barranco / de este pueblo no hubiera / quedado en él un viviente.=
Rambla. Una barran- / quera con su puente de ma- / dera de 6 varas de ancho que / dividía este pueblo ha que- / dado hecha un barranco / de 40 varas de ancho y 50 de / profundidad e hizo retirar / el mar 150 varas.=
IcodVII. Este / pueblo quedó sin comunicacion / por lo que profundizaron los barrancos.
Santa Úrsu1a / La persona unica que / perecio fue por haber / venido a la Villa en dili- / gencia. En este y los demas / pueblos el viento fue el que / causó los grandes estragos / y alguno no dexó arbol en pie.
I Sacado del vuelto del documento.
II El resto de los datos del estadillo figuran en tinta rosada.
III Cifra que resulta de sumar los datos del Puerto de la Cruz, La Orotava, Realejo Alto y Realejo Bajo.
4Cifra que resulta de sumar los datos de La Guaricha, San Juan de La Rambla, Icod y Santa Ursula.
5Noticias, subrayado.
6Villa de la Orotava, subrayado.
7subrayado.
8 Santa Ursula. subrayado.
Archivo histórico provincial de Santa Cruz de Tenerife
La herida y la venda. Desastres naturales y mentalidad colectiva en Canarias.
http://www.gobiernodecanarias.org/cultura/archivos/ahptf/docherida.html
Publicado en 2002 en la RAM
A Ñ O DE 1944

Cosas del antiguo Santa Cruz de Tenerife

Publicado por Alfil

No os confundáis, el Santa Cruz de comienzos de los sesenta nada tenía que ver con el Santa Cruz de 2010, el de entonces, aparte de las barreras naturales, el macizo de Anaga por el norte, y del Océano Atlántico por el este, se hallaba limitado físicamente por el sur con la Refinería de Petróleos en uno de los laterales de lo que hoy es la Avenida 3 de Mayo y a la que antes denominábamos simplemente “Autopista”, y por el oeste, una continuidad de fincas, huertas con casas solariegas y algunos grupos dispersos de viviendas sociales a partir de lo que hoy es el Barrio de la Salud y la avenida de Benito Pérez Armas, hacían de colchón en un intencionado acercamiento hacia la capital por parte de los barrios laguneros de Taco y La Cuesta.
No era una ciudad de Recintos feriales, ni Auditorios, ni Teas, ni Parques marítimos, ni Tranvías, ni Intercambiadores, ni Estación de Guaguas, ni Torres gemelas, ni Parkings subterráneos, ni Gerencias Municipales, ni Mercadillos, ni Mercadonas, ni Hiperdinos, ni Carrefures,
Santa Cruz era más pequeña eso sí, pero con confortables cines (Victor, Rex, Royal Victoria, La Paz, Baudet, Price, Tenerife, Numancia, San Sebastián etc…) a los que se acudía de forma numerosa, sus calles permitían el aparcamiento en casi cualquier lateral de acera, el muelle grande o de Ribera tenía la posibilidad de visitarse en toda su longitud ya fuese paseando o con vehículo, el mar y los barcos visitantes podían verse desde cualquier ángulo del litoral santacrucero sin que elementos discordantes te lo impidiesen, también podías aproximarte al muro rompeolas a 30 metros frente al Cabildo y alongándote mucho, ver como pegaban las olas de nuestro océano sobre dicho dique, además no había semáforos en las calles (¡qué gustazo conducir!) hasta que colocaron el primero en la C/ Valentín Sanz esquina C/ Castillo (empezaba la modernidad). Hubo también corridas de toros en un coliseo (Plaza de Toros de Santa Cruz de Tenerife) en el que también se celebraron veladas de boxeo en la época dorada de este deporte en Tenerife (Sombrita, Barrera Corpas, Legrá, Velázquez, etc…) y posteriormente cine al aire libre, además de celebrarse durante varios años consecutivos galas y actuaciones de nuestro Gran Carnaval. En Santa Cruz habían puentes (Zurita, Serrador, Galcerán, etc…) sí, los mismos que ahora, pero antes se sentía que cruzabas de un lado al otro, el Barranco Santos tenía su vida propia, no era un lugar accesible para los ciudadanos del nivel urbano, desgraciadamente era una zona donde vivían en cuevas vecinos muy pobres, sometidos a los peligros propios de la orografía del lugar y la escorrentía excesiva en temporada de lluvia, siendo también lugar de paso y pasto de rebaños de cabras que el cabrero aprovechaba para vender leche en el inevitable discurrir por la ciudad al tratar de sortearla.
Además del Real Club Náutico de Tenerife, sociedad privada fundamentalmente dedicada al ocio y al deporte, enclavada entonces en los mismos lugares de hoy en día, había un Balneario, un estupendo Balneario con residencia anexa perteneciente por entonces a la Obra Sindical de Educación y Descanso, del que nos queda actualmente el doloroso recuerdo del propio edificio e instalaciones en su decrepitud por la desidia de nuestros inmerecidos gobernantes, que lo han abandonado a su suerte y que en aquellos tiempos, nadie diría al verlo ahora, que en la temporada veraniega, se ponía a tope de bañistas en plena diversión entre piscina, playa y la práctica de otros deportes, era de uso público y debía de pagarse una entrada para disfrutar de sus servicios.
La orilla de su playa (eso sí, de cayados) no estaba a más de 65 m. de distancia de la actual fachada del citado edificio que da a la autovía San Andrés, orilla hoy enterrada bajo una plataforma de piedra y hormigón que con sus 275 m. de longitud ampliados hacia el fondo marino, sirve para albergar la suma progresiva tridimensional de los mastodónticos contenedores. ¿Y todo esto para qué, si toda esta carga va a trasladarse próximamente al futuro y controvertido Puerto de Granadilla? No, no quiero de momento, politizar mi blog, quiero continuar hablando de mi querido Santa Cruz, el de aquellos tiempos.
Santa Cruz era una ciudad de múltiples tiendas de víveres, por decirlo de alguna manera, una en cada esquina, recuerdo la serenidad pasmosa con la que esperábamos nuestro turno en la inevitable cola para hacer cualquier mínima compra, participando activa o pasivamente a la vez, de cuantas conversaciones dieran lugar entre cada cliente y el tendero como si el tiempo se hubiese detenido.
Recuerdo también el sonido del grito anunciador de los vendedores callejeros de periódicos matutinos y vespertinos, que con sus pesadas cargas de papel impreso colgadas al hombro mediante correas cruzadas, corrían por la ciudad para vender rápidamente su mercancía portadora de las últimas noticias. Antes para estar informado había que leer los periódicos. El Día, La Tarde, a diario, La Hoja del Lunes y La Jornada Deportiva entre semana, hacían esa función. O aquel otro sonido callejero anunciador de una hoja del tamaño cuartilla que con el título de Goles casi antes del final de los partidos del Club Deportivo Tenerife en las proximidades del Estadio Heliodoro Rodríguez López ya nos mostraba la clasificación general de la jornada.
Santa Cruz era una ciudad gratamente pequeña, no parecía hecha a la fuerza, una ciudad sin pretensiones, a la medida de las necesidades ciudadanas, las zonas verdes de sus plazas, parques y ramblas, suficientes; vías (las mismas de hoy día) holgadas. No había zonas ruidosas. Solo había, como lo hay ahora un evento mayor con licencia para el exceso, el Carnaval, pero ¡Qué Carnaval!, perdón, “Fiestas de Invierno” aunque todos decíamos Carnaval. Con que naturalidad, gracia, educación y alegría se celebraba, eso sí con máscara.
Pero ojo, no pretendo diferenciar en grandeza las épocas de nuestro Carnaval porque cada vez es más grande, no me cabe la menor duda, pero sí destacar la nobleza en el comportamiento de la gente de aquella época en las que los excesos se producían como en cualquier fiesta, pero con un respeto tristemente desaparecido en los actuales tiempos. Destacaría de aquellas fiestas, las celebradas en sociedades como la del desaparecido Parque Recreativo, Teatro Guimerá, y las del Círculo de Amistad XII de Enero.
Recuerdo también a los guardias urbanos, eran como más señores con sus bigotes, no tan delgados como los de ahora que parecen figuritas de no tocar, y cuya sola presencia infundían un gran respeto, no paseaban en moto, pero si dirigían el tráfico situados en el centro de los cruces de las vías de mayor flujo de vehículos, siempre subidos en sus tarimas redondas rodeadas de una barandilla protectora. Un dato significativo era el bonito gesto que por fechas navideñas tenían los conductores con los agentes de tráfico, depositando junto a las tarimas regalos propios de las fiestas y en la que los más apreciados acumulaban notoriamente un mayor número de presentes.
Otro detalle que recuerdo es de las guaguas aparcadas en fila una tras otra saliendo hacia su destino provincial desde la C/ Ramón y Cajal o llegando al mismo, éste era el punto de partida y llegada para toda la isla.
La gente joven chicharrera (distinción exclusiva del santacrucero para bien y para mal) nos divertíamos además de en nuestras fiestas caseras, en la discoteca y no podemos dejar de nombrar a todas aquellas que nos permitió soltar la adrenalina y realizar nuestras relaciones sociales. Durante una cierta época la genta tenía la costumbre de reunirse y sentarse previamente en las mesitas del bar del Parque García Sanabria junto al Reloj de flores para posteriormente bajar por la calle del Pilar hasta la discoteca elegida.
Entre éstas estaban
el Samantha en la C/ San José que era elegante y moderna, más adelante y situada a unos 100 m. en la misma acera y descendiendo dicha calle se encontraba
el Cintra, discoteca de la mejor música ligera del momento, representativa de la gente joven de Santa Cruz durante muchos años.
Igualmente cercana se encontraba en un sótano del antiguo Corinto en la C/ José Murphy el Sloopy al que acudía la gente más progre. Otras discotecas en Santa Cruz se encontraban algo alejadas de éstas que estaban en el centro neurálgico.
Son el Saga situada en Rambla de Pulido y caracterizada por su música lenta,
el King’s Club en la Rambla del Gral Franco (Hoy día denominada Rambla de Santa Cruz) frente a la Plaza de Toros y de música más bien pachanguera,
el Garaje en la C/ Santa Rosalía con local anexo donde se realizaban interesantes carreras de minikart en pista grande de sobremesa con su música del momento y que posteriormente cambió su nombre por el de Samoa.
Años más tarde se abrió, ocupando los locales que anteriormente habían sido la acogedora e inolvidable Parrilla del Casino de Tenerife, la discoteca 33Norte, de no muy fina clientela y regentado por el entonces promotor José Carlos Rodríguez Díaz, alias El Palmero, amigo venido a menos a raíz de la transfiguración sufrida, como sucede a muchos individuos, tras un fulgurante ascenso económico.
De otro rango quizás pero no por ello menos divertidos fueron los ambientes musicales que proporcionaban por un lado la terraza en la cubierta del desaparecido Hotel Diplomático en la C/ Antonio Nebrija y la sala de baile situada en los grandes sótanos del Hotel Taburiente en la C/ Doctor Guigou. En un escalón inferior, pero muy divertidas, estaban las salas de La Taurina en la C/ Gral. Mola y el también desaparecido Club Marítimo Atlántico en la C/ de La Salle.
Así era el Santa Cruz de mi época dorada, una maravilla, pequeño pero con una gran personalidad. Se podía vivir tranquilamente.

Publicado por Alfil en 0:22

Objetos obsoletos y costumbres de tiempos pasados

Publicado por Alfil
La mente –la que es consciente- es un motor que trabaja incansablemente y no se detiene durante todo el día. Así también, cuando me dispongo a dormir la noche, lo hago recordando, pensando e imaginando, luego, llegado el amanecer, despierto en la misma forma. Bien, pues hoy, como tantas otras veces, desperté entre recuerdos y hechos acontecidos tiempos atrás y no sé por qué vino a mi mente la imagen y las sensaciones de aquellos colchones de crin que usábamos en los años sesenta. El crin era un material formado por filamentos flexibles obtenidos de hojas de esparto que se utilizaba en el relleno de colchones mayoritariamente. La funda o tela exterior era de un tejido reforzado nada suave y que cuando tenía un cierto uso era ocasionalmente atravesado por alguno de los filamentos, de cuyas molestas puntas yo tiraba hacia afuera hasta arrancarlas, eliminando así las desagradables molestias que causaba.
¡Cuántos objetos y cómo no costumbres, hoy anticuados, estaban presentes en nuestra vida diaria! Recuerdo que antes de la llegada de las neveras eléctricas, se les daba buen uso a aquellas en las que introduciendo un bloque de hielo en su interior cumplían la misión de mantener fríos los alimentos. No sé si diariamente, pero sí de manera asidua, acudía un empleado de la fábrica de hielo portando una gruesa barra de dicho bloque sobre el hombro y protegida con una tela de saco.
Recuerdo también que las bolsas de uso común de entonces, sobre todo para depositar los productos de la compra de víveres, eran cartuchos de papel. Te despachaban azúcar, harina, arroz o cualquier tipo de grano al peso, introducido en cartuchos de papel. Aún el plástico no había llegado a invadir este mercado.
El aparato de radio existente era a lámparas, encerrado con todo su cableado, dentro de una carcasa de baquelita o madera, conectado a la red eléctrica, y cuyo funcionamiento no era instantáneo sino que requería del calentamiento de las bombillas internas después de su encendido.
El teléfono de la época era de marcador giratorio circular, también con carcasa de baquelita. Cuatro dígitos eran suficientes, no existían los prefijos y para conectar con otra provincia debía de hacerse a través de operadora. Por aquel entonces, hablo de los años sesenta, no existían las cabinas públicas.
Para escuchar música, estaban de moda en los hogares los muebles con radio, tocadiscos (gramófono) y caja acústica incorporada, denominados Radiogramolas para discos de vinilo, con sus platos ajustables a las velocidades de 33, 45, y hasta 78 r.p.m. y que eran accionados levantando el brazo de la aguja reproductora una vez encendido el aparato.
Personaje habitual en la vida doméstica de aquellos años, era el panadero, que con su bolsa de tela cargada de pan despachaba la mercancía solicitada a domicilio. Igualmente el vendedor de periódicos iba de puerta en puerta depositando el diario junto a la entrada de cada casa. Y cómo no, el lechero o la lechera hacían lo mismo para la venta de sus productos subiendo pisos, muchos de los edificios sin ascensor, por escaleras y con la carga a cuestas.
Entonces era normal acudir a los estudios fotográficos para obtener una foto de calidad ya fuese para unirla a un documento oficial, regalarla o tenerla como recuerdo en un álbum o en el porta-retrato del salón, aun así, ya disponíamos de cámaras fotográficas para nuestro propio uso, las había desde sencillas hasta las más profesionales pero totalmente manuales. Siempre había que llevar el rollo de negativos al estudio fotográfico pues había que revelarlos e impresionarlos sobre la copia de papel. Fue un gran adelanto la cámara automática, recuerdo también la cámara instantánea de Kodak cuya foto salía revelada a los 20 o 30 segundos de tomada a través de una ranura en la propia máquina.
Antes de la calculadora existían sistemas de cálculo exactos, y que por supuesto podían obtenerse resultados matemáticos totalmente correctos mediante la aplicación del formulario específico, pero exigían tiempos muy largos. Uno de los mecanismos más usados fue la regla de cálculo, instrumento compuesto de reglas graduadas y desplazables unas sobre otras. A finales de los sesenta y principios de los setenta aparecieron las primeras calculadoras científicas, siendo pionera la Texas Instruments.
Recuerdo siendo más pequeño, que en las mesas de madera de las aulas del colegio existían unos huecos perforados en su parte superior y que estaban destinados al acople de los tinteros en cuya tinta azul mojábamos las plumillas con mango de madera tan necesarias en la asignatura de caligrafía.
Aún mantengo claramente en mi retina la imagen de mi padre escribiendo en la máquina de escribir mecanográfica Underwood compuesta fundamentalmente de cilindro, cinta entintada y teclas unidas cada una de ellas a un carácter en relieve, de cuya presión sobre el papel resultaban las letras, números y signos ortográficos. Posteriormente llegaron las máquinas de escribir eléctricas y que aunque significaron un gran avance respecto de las manuales, fueron anuladas por la pronta aparición del ordenador personal. Muchas veces, mientras mi padre golpeaba la mecanográfica con la yema de sus dedos, mi madre balanceaba sus pies en el pedal de la máquina de coser Singer de tal manera que ésta se accionaba con el primer impulso para luego mantener la inercia que permitía el movimiento de vaivén, a velocidad constante, de la aguja de coser.
Antes de la aparición de la televisión era habitual presentarse de visita, entrada la tarde, en las casas de familiares, vecinos y amigos, y pasar con ellos una agradable velada entre conversaciones y juegos.
Los primeros años de programación de la televisión, por supuesto en blanco y negro y con un solo canal, comenzaba a las 18.00 horas con la previa carta de ajuste y finalizaba a las 24.00 horas. Eso si a las 21.00 horas aparecía la familia Telerín avisando a los niños de que ya era la hora de irse a la cama. La aparición de uno o dos rombos en una esquina superior de la pantalla en la emisión de una determinada película, era el indicativo de la edad tope mínima exigida a los telespectadores para el acceso a la misma, 14 y 18 años y cuyo control obligaba a la vigilancia de los padres.
El juego en la calle era muy natural porque pocos coches circulaban por ellas, en todo caso al aparecer alguno, rápidamente se daba el aviso para apartarse de la vía, la pelota, los boliches y las patinetas eran juegos muy comunes. Un elemento discordante para los muchachos de la época era la aparición de la temida “chivata”, un furgón que la Policía Municipal de Santa Cruz de Tenerife utilizaba para el traslado de presos, pero que final se quedó para "mudar de sitio" a algún borrachín y para asustar a los chiquillos que jugaban a la pelota en las plazas y calles, quitándoles el juguete.
Por aquellos años 50 y 60 diferenciábamos la vestimenta diaria de lo que llamábamos el traje de los domingos, vestido éste guardado como “oro en paño” y que ni se nos ocurriese ponernos en un día laboral. Recuerdo que los chicos hasta entre aproximadamente los 12 y los 14 años llevábamos todos pantalones cortos, pasando posteriormente a aumentar la nómina de los jóvenes con perneras. Los pantalones vaqueros aparecen como moda siempre actual en los años sesenta de forma ya prácticamente imperecedera. Y no hay que olvidar la moda del pantalón de campana que pegó fuerte en los años sesenta, las botas y las camisas de flores, sobre todo por el impacto producido entre la ciudadanía, en contrapartida con la tradicional y poco atrevida ropa usada en ese momento, herencia de los complicados tiempos de posguerra.
El pelo de la época era el pelo largo por excelencia y largas patillas, años 60, movimiento hippie, Los Beatles. Lo que ahora es símbolo de una cultura en su momento fue dura crítica por parte de nuestros progenitores. Bueno ya todo eso es historia. Existía un corte de pelo llamado a lo león, era el corte horizontal sin disminución de volumen, que se hacía de una melena semilarga al caer sobre la nuca, similar a la que lleva de forma natural el rey de la selva.
Recuerdo una vez por semana pasar con mi padre por el estanco de La Tortuga o por el de Sixto ambos en la Rambla Pulido de Santa Cruz y comprarme colorines, unas veces TBO, otras DDT, TioVivo, Pulgarcito, el Capitán Trueno, El Jabato, Hazañas bélicas, etc…
Era normal, si te trasladabas vía marítima entre islas, que los barcos que cubrían los servicios del transporte de viajeros, empleasen lo que ahora se nos antoja demasiado tiempo en un trayecto. Entre Tenerife y Las Palmas, por ejemplo, 6 y 7 horas/trayecto entre sus respectivos puertos era muy corriente.
La seguridad de las personas era un asunto que nunca entonces se abordó con seriedad, se daban situaciones que hoy en día no se entenderían, por ejemplo: No era obligatorio el cinturón de seguridad al ir conduciendo un turismo, como tampoco lo era el uso del casco al llevar moto, no había límite máximo de velocidad en carretera, y tantas cosas…, pero ojo, tampoco se daban las circunstancias de nuestros tiempos, el porcentaje del vehículos era muy inferior, los atascos en carretera y en ciudad no se daban prácticamente y las vías no invitaban a correr a unos conductores sin duda más serenos y precavidos que los actuales en su mayoría..
Si algo tengo que destacar del que también entonces era el deporte rey, el futbol, lo cual es sencillo de comprobar observando las cintas de las películas de los partidos de la época, es la limpieza del juego. La necesidad de triunfos deportivos exigidos por las economías de los clubs de aquellos años no sobrepasaba la barrera a la integridad física de los futbolistas de equipos contrarios, lo cual es elogiable, digno de encomio y sencillamente admirable, en contraparte a la ausencia de las más primarias reglas de contacto entre contrincantes humanos a la que hemos llegado en este multitudinario deporte en la actualidad.
No, no existían las fotocopiadoras, lo que existía era el papel carbón o de calco con el objeto de obtener copias mediante el calco del documento que escribimos o mecanografiamos.
No sé si aún quedan, aunque ya no están permitidos, los antiguos cuadros eléctricos con los hilos de plomo intercalados en la instalación de baja tensión de una vivienda, para que en caso de cortocircuito o de subida de tensión funda el plomo, cortando de esa manera el paso de una corriente sobreelevada que cause lesiones a las personas. Este tipo de mecanismo evolucionó a lo que hoy son los interruptores diferenciales.
Os animo a que aportéis nuevos datos de objetos y hábitos de esta época, y de cualquier lugar del planeta.
Hasta la próxima
Publicado por Alfil en 0:22