09 enero 2012

Teatro Baudet: once años de olvido


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Teatro Baudet: once años de olvido



En 1999, los herederos se lo vendieron al Cabildo de Tenerife para transformarlo en un centro cultural



La fachada del Teatro Baudet, muy similar a la actual, en una instantánea realizada por el Estudio Benítez a mediados de los años cincuenta.



La fachada del Teatro
Baudet, muy similar a la actual, en una instantánea realizada por el
Estudio Benítez a mediados de los años cincuenta.  cedida por la familia
baudet





LAURA DOCAMPO

Cualquiera que haya pasado de los cuarenta guarda en su memoria los fotogramas de algún clásico de la gran pantalla que vio en el TeatroBaudet, uno de las salas más emblemáticas de Santa Cruz. El inicio de su historia se remonta a 1944 y está estrechamente ligada a una familia sinónimo de cine en Canarias. Protagonista de la época dorada delséptimo arte durante cuatro décadas de funciones continuadas, no pudo resistir la competencia de la televisión. En 1999, los herederos se lo vendieron al Cabildo de Tenerife para transformarlo en un centrocultural. Han pasado once años y sigue cerrado, escondido tras unafachada que oculta su decadencia. Ahora, la pregunta es si el Baudettiene futuro.

El Teatro Baudet se viene abajo escondido detrásde una reja impenetrable y una engañosa fachada reluciente. Diseñado por el arquitecto Enrique Marrero Regalado, el glorioso pasado de este
templo del celuloide, grabado en la retina d e cualquiera que hoy peine canas, sucumbe ante el inexorable paso del tiempo y la indiferencia del Cabildo de Tenerife, su propietario desde 1999.

Aunque estaba equipado como teatro, el Baudet funcionó como sala de cine desde su apertura, en 1944. Era un negocio familiar que había sido levantado por Ramón Baudet Grandy y que fue continuado por su hijo Carlos Baudet Oliver hasta que las pérdidas lo hicieron insostenible y tuvieron que cerrarlo, a comienzo de los ochenta.

Metido a fuego en la memoria colectiva de los habitantes de Santa Cruz, tras más de 43.000funciones cinematográficas, el Baudet bajó el telón convertido en Bien de Interés Cultural (BIC). Ese  reconocimiento del edificio diseñado por el mismo arquitecto de la Basílica de Candelaria y el Cine Víctor, entre  otros, vino a demostrar la valía singular de su estructura, pero también limitó cualquier posibilidad de reforma o reconversión, dejando a los herederos en una encrucijada de la que no sabían cómo escapar.

Por eso, cuando el Cabildo tinerfeño les propuso comprarlo, en 1996, la familia no lo dudó. Carlos Baudet, miembro de la tercera generación de propietarios de la sala, recuerda que la operación tardó tres años en concretarse y que finalmente se saldó con el pago de 214 millones depesetas (casi un millón y medio de euros).

"Nos dijeron que se iba a restaurar para convertirlo en un gran centro cultural polivalente, que serviría también para que la Sinfónica ensayara y que volvería a tener el esplendor de antaño. Nosotros, la única condición que pusimos  fue que siguiera llevando nuestro apellido", describe Carlos Baudet.

El mentor de la operación fue Adán Martín, presidente de la corporación insular desde 1987 hasta mediados de 1999. Martín y Dulce Xerach, por entonces consejera insular de Cultura y Patrimonio Histórico, idearon un proyecto de reforma del Baudet para convertirlo en sede de las compañías teatrales de la Isla. "Queríamos que fuera un lugar donde pudieran tener sus oficinas y también ensayar y programar sus representaciones ", precisa Xerach.

Con la llegada de Ricardo Melchior a la Presidencia del Cabildo, en julio de 1999, el plan siguió
su marcha. En diciembre de ese año, Dulce Xerach anunció el inicio de la restauración del teatro. El primer paso fue encargar el proyecto de reforma a un estudio de arquitectos, que fue entregado en 2003.

Desde entonces sólo se rehabilitó el local anexo que ocupa la librería del Cabildo. Del resto no se ha movido un solo papel más. "En el Cabildo no tenían el más mínimo interés en el Baudet. Lo único que hicieron fue intentar venderlo antes de que empezara la crisis, pero nada más", denuncia Xerach.

Asimismo, a través de su blog, la actual diputada nacionalista hizo públicas las conversaciones que mantuvo sobre este asunto, en noviembre de 2008, con Cristóbal de la Rosa, responsable de Cultura y Patrimonio de la Isla, y Alberto Delgado, viceconsejero de Cultura del Gobierno de Canarias. En aquel entonces, de la Rosa dijo textualmente: "El Gobierno de Canarias tiene nuestra propuesta para la puesta en marcha del Baudet, conjuntamente con el Ayuntamiento y la SGAE". Por su parte, Delgado desmintió la existencia de tal documento al afirmar que "el Cabildo, como propietario, debería al menos intentar buscar una propuesta para que los demás la estudiemos".

Durante las tres semanas previas a la publicación de este reportaje, La Opinión de Tenerife intentó hablar con Cristóbal De la Rosa, pero en ningún momento se puso al teléfono ni intentó dar
una respuesta a través de ningún interlocutor.

Seguramente, los espectadores de La ciudad soñada, la película danesa con la que se estrenó el Baudet en 1944, nunca pensaron que la sala podría tener este final. Habían pagado 5 pesetas para sentarse en uno de los 1.200 asientos del patio de butacas de un cine que contaba con la última tecnología del momento. Algunas crónicas de la época reseñaron el asombro de la gente al entrar por primera vez al recinto y contemplar, por ejemplo, la belleza de la techumbre, pintada de color azul y plagada de luces o al observar cómo las filas de butacas del palco se iban deslizando a medida que se llenaban a través de un moderno sistema de raíles .

La última vez que Carlos Baudet entró a la sala, en los albores de la década del 2000, la mitad del techo estaba en el suelo y las palomas sobrevolaban unas ruinas cargadas de decadencia. "Fue demoledor ver en lo que se había convertido el escenario de los recuerdos más felices de mi infancia", admite ahora con tristeza.

Para aquel pequeño Carlos, ser un Baudet significó tener la entrada libre a la sala tanto para él como para sus amiguitos, hasta el punto de que "había tardes en las que éramos más los invitados que los de pago",
asegura. También fue una oportunidad para picardías como la de esconderse en la cabina para ver las películas no aptas sin que nadie se diera cuenta, confiesa.

Durante los cuarenta años que su padre pasó al frente de la sala, Carlos lo vio "feliz e ilusionado, cuando
creía que una película iría bien, y también bañado en lágrimas, cuando las cosas iban mal y temía dejar a sus queridos empleados sin el sustento".

Eran tiempos en los que una sola sala tenía cuatro empleadas de limpieza, uno de taquilla, un portero, cuatro acomodadores y tres técnicos de cabina para enhebrar, ensamblar y proyectar cada película. "Algo impensable hoy en día", subraya el heredero.

Abrir la puerta del cine costaba 18.000 pesetas diarias y para salir a flote, Ramón Baudet aprovechó cada oportunidad. Contrataba a las compañías teatrales que hacían escala en la Isla en sus viajes rumbo a América.
También ofrecía funciones privadas, en las que se programaba la película que el cliente quisiera en alguno de los tres pases diarios, de las 18:30, 20:30 o 22:30 horas. El Club Hindostánico o la Policía
Armada fueron algunos de aquellos clientes.

Hasta el último momento, Ramón Baudet apostó por la continuidad del cine. En 1978, instaló una pantalla para películas de 78 milímetros. Le costó 350.000 pesetas, lo mismo que había pagado por levantar el teatro 34 años antes.
Pero el sistema no funcionó en el mercado y tuvieron que retirarlo poco después para volver a los 35 mm. Uno a uno, los cines de los alrededores fueron sucumbiendo a la competencia de la televisión, que
trasladó el ocio familiar al salón de los hogares.

El Baudet  tampoco se salvó. El pasado de este emblemático edificio ya está escrito. Sólo queda por imaginar cuál va a ser ahora su futuro.


Los Lumière de Canarias                      

Cuentan en la familia que el primer Baudet que llegó a Tenerife lo hizo a bordo de un barco de guerra francés en el siglo XVIII. Como estaba enfermo, lo dejaron en la Isla para que recibiera tratamiento. Tan bien lo cuidó su enfermera que terminó enamorándose de ella y formando su familia en Tenerife.

Uno de sus descendientes, Ramón Baudet Grandy ligó para siempre su apellido paterno a la historia del cine en Canarias, cuando en 1912 abrió la primera sala de Tenerife. Había quedado tan maravillado con el invento de los hermanos Lumiére, hace ahora 115 años, que decidió traer a la Isla la magia de las imágenes en movimiento. Así fundó el Parque Recreativo, que funcionaba sobre los 30.000 metros cuadrados que hoy ocupa la sede central de CajaCanarias, frente a la Plaza del Príncipe. El éxito del negocio y su pasión por el séptimo arte lo impulsaron a abrir otras salas en Santa Cruz, como el cine San Martín (El Toscal) y el cine La Paz (en la esquina de la Plaza La Paz donde funciona ahora un local de juegos recreativos). Más tarde abrió otra sala en el Puerto de la Cruz, dos en La Palma, y alquiló el
Teatro Leal en La Laguna y el Cuyás en Gran Canaria.

Poco a poco levantó un gran imperio, del que el Teatro Baudet sería la más ambiciosa de sus apuestas. La faraónica sala de la avenida General Mola fue la más grande de toda la Isla, con 1.200 butacas. Pero una muerte súbita lo sorprendió a principios de los años cuarenta y lo privó de la satisfacción de verla terminada.

Desde ese momento, el negocio pasó a manos del mayor de sus seis hijos, Ramón Baudet Oliver. Ramón dedicó su vida al negocio familiar, que "mantuvo a toda una generación de los Baudet", destaca su hijo Carlos, uno de los 36 herederos que tiene hoy la familia.

Ramón Baudet Oliver falleció en 1985.Había logrado mantener a flote la empresa durante tres décadas, pero la televisión terminó por ganarle la batalla y hundirla. Antes de morir fue testigo del cierre de todas sus salas.