Blinis y Caviar: manjar de zares
Anastasia hubiera pensado que sus días más felices serían en la cocina
del Palacio Aleksandr (Alexander), residencia favorita de su padre. De
no haber nacido como la tercera hija del Zar Nicolás II de Rusia, lo
cual le conferiría el privilegio de ser la Gran Duquesa Anastasia
Nikoláyevna Románova, no hubiera recorrido sus doscientas habitaciones,
sus inmensos jardínes, ni disfrutado de la experiencia de aprender,
junto al cocinero imperial Iván Jaritonov, los cientos de platos para
los grandes banquetes que sus padres acostumbraban ofrecer a
personalidades, mandatarios y emisarios de todo el mundo. A pesar de la
posición que ella y sus hermanas ostentaban, fueron criadas de manera austera y sin privilegios, más allá de la rigidez del Palacio y de quienes se encargaban de prepararles como grandes duquesas, y con la
certeza de ser descendientes de la gran dinastía Romanov.
Quizás esa rigidez hizo que Anastasia frecuentara la cocina del palacio a la espera de la llegada de
los cientos de kilos del mejor caviar del Mar Caspio, aquellos que provenían del esturión beluga, los que Jaritonov trataba con mimo y cuidando para que su frescura llegara a los paladares de los comensales.
Él mismo los colocaba en unos envases del más puro cristal con figuras alegóricas a la pesca del esturión en oro y piedras preciosas, magistralmente elaborado por el orfebre Carl Farbegé como parte de la vajilla imperial. Posaba sobre un puño de nieve para mantenerlo a la temperatura ideal que a la vez adornaba con hojas de berro fresco. Solía presentarlo con panes recién horneados negros, de centeno, con una
acidez que sólo era suavizada con una mantequilla ligeramente salada y aderezada con cebollin finamente picado.
los cientos de kilos del mejor caviar del Mar Caspio, aquellos que provenían del esturión beluga, los que Jaritonov trataba con mimo y cuidando para que su frescura llegara a los paladares de los comensales.
Él mismo los colocaba en unos envases del más puro cristal con figuras alegóricas a la pesca del esturión en oro y piedras preciosas, magistralmente elaborado por el orfebre Carl Farbegé como parte de la vajilla imperial. Posaba sobre un puño de nieve para mantenerlo a la temperatura ideal que a la vez adornaba con hojas de berro fresco. Solía presentarlo con panes recién horneados negros, de centeno, con una
acidez que sólo era suavizada con una mantequilla ligeramente salada y aderezada con cebollin finamente picado.